En
el mar está la sal
el
condimento de mis días
la
inspiración precisa.
Hasta
que sus olas regresen
a
empapar mi cuerpo de besos
a
azotar la costa con la punta de su lengua,
la
arena será mi guarida invernal.
Bajo
su piel bronceada
mi
humanidad indefensa
en
un útero de madre,
evitará
ser víctima inocente
del
holocausto de su ausencia.
Mi
corazón no pronunciará palabra,
mis
ojos cerrarán sus persianas
no
habrá lágrimas de tristeza,
en
ese lugar no habrá tiempo perdido.
Hasta
que la marea crezca
limpiando
las huellas de soledad,
mi
exilio no acabará hasta una caricia.